Los nervios hacían que mi cabeza casi explotara, la emoción por el viaje era demasiado para mi. Después de meses de espera llegó el gran día, atrás había quedado mi traumática renuncia en el trabajo.
Medianoche del jueves seis de julio del 2000. Mis familiares y mi (ex) novia, a quienes no vería por un mes, lloraban emocionados en el viejo hall del aeropuerto de Ezeiza. Después de las despedidas de rigor, llegaron los largos trámites de check-in y migraciones. Ya estaba ahí junto a cinco de mis mejores amigos, mi sueño se cumplía. Ya estaba rumbo a
México, donde en el marco del 11° Moot Scout Mundial representaría a Argentina, junto a otros 350 compatriotas.
El recibimiento fue tal como lo esperabamos, Scouts de México aguardaban por nosotros en el inmenso aeropuerto Benito Juárez del Distrito Federal. Nos consiguieron hospedaje y explicaron los peligros de esa ciudad sin límites, inmensa, célebre por su gran población (20 millones de habitantes), su alto grado de polución y su riquísima historia.
Los tres primeros días fueron turísticos: el Zócalo, su famosa plaza principal: la Catedral y el Templo Mayor; el verde Bosque de Chapultepec; Los Museos de Arte Moderno y de Antropología, que entre sus piezas cuenta con el original del famoso Calendario Azteca; El Palacio de Bellas Artes y El Museo de Diego Rivera fueron algunos de los puntos visitados.
Quienes conocen la ciudad de México saben viajar por ahí que es una empresa dura de sobrellevar. El transito es terrible y los embotellamientos son constantes. Para nosotros la mejor opción fue el Metro, muchas líneas y combinaciones que lo llevan a uno a donde quiera. También subimos a los Peceros (colectivos) abarrotados de gente y viajamos en taxi, aunque no es recomendable si no se viaja acompañado por un mexicano.
Los chilangos, como se los conoce a los habitantes del DF, son muy amables, cuando uno les habla siempre contestan con un “mande” que quizá suene algo chocante, como si estuviéramos aun en tiempos de esclavitud. El curioso acento mexicano ya era parte de nuestras vidas.
Los MacDonals fueron el escape a la extraña y picante comida mexicana. Recién a la semana tomamos coraje y nos animamos a comer tacos, tostadas y quesadillas. Pobre de nosotros, que perdimos tanto tiempo en disfrutar de esos manjares de penetrantes olores y agradables sabores.
Ya en el Moot (nombre que se le da a este encuentro de scouts), El grupo se separó y algunos emprendimos viaje hacia las ciudades de Querétaro primero y Pachuca después.
En la primera ciudad conocí a una joven llamada Laura, quien se convirtió desde ese momento en mi hermana del alma. Ya pasaron ocho años desde ese entonces y nunca dejamos de estar comunicados, sabiendo que le pasa a uno y al otro. Por supuesto también nos visitamos, yo regrese a México en 2005 y 2008 y ella conoció Argentina en marzo de 2006.
Antes de conocer a Laura, tuvimos (este trayecto lo hice con mi amigo Lucas) la fortuna da conocer a una joven pareja que nos cobijo la primer noche. a pesar de haber sido poco el tiempo que compartimos con ellos, fue suficiente para que se convierta en una de las situaciones más extrañas que acontecieron en nustras vidas.
Volviendo al relato, la familia de Laura nos dio cama y comida. Nos sentiamos como reyes en su casa. Nos trataron muy bien y nos llevaron a conocer su pueblo. El centro histórico y el acueducto del siglo XVIII que atraviesa la ciudad fueron los puntos más interesantes.
Con Querétaro como punto de partida conocimos la bellísima y colorida Guanajuato, ciudad natal del pintor Diego Rivera y declarada patrimonio histórico de la humanidad por la UNESCO, paseamos por las ruinas Toltecas de Tula e hicimos rapel en el Peñón de Bernal, uno de los tres macizos mas importantes del mundo junto con el Peñón de Gibraltar y el Pan de Azúcar en Brasil. En este lugar hicimos un nuevo amigo, Javier Gomez, conocido por todos como "Sapo de Salta".
En Pachuca ya no tuvimos cama ni nadie que me consintiera tanto. En esa parada ya no nos recibieron en casa de familia y dormimos, junto a los que realizaban el mismo recorrido, en un galpón de un predio muy parecido a la Rural de Buenos Aires. En esa ciudad estuvimos tres días, en los que presenciamos una lamentable corrida de toros y algunos pusieron su granito de arena en la construcción de una plaza para los chicos de una colonia humilde de la zona.
Cuando termino la etapa de recorrida por estas ciudades volvimos a reencontrarnos con mis compañeros para pasar la ultima semana del encuentro en VillaMoot. Ese el nombre con el que bautizamos este lugar que estaba ubicado al pie de una colina desde la cual se veían a lo lejos las Pirámide Teotihuacan. Lo mejor del lugar era una pileta con toboganes de agua, visita obligada de cada día para matar los 35 grados de calor que hay en esa época del año en México.
El día anterior a que el evento concluyera, visitamos las ruinas de Teotihuacan. La imponte vista del valle que se obtiene desde arriba de a las pirámides del Sol y de la Luna es una sensación que toda persona que visite México debe experimentar.
Finalizado el encuentro, aprovechando que favorecía el cambio monetario, terminamos nuestra travesía mexicana pasando diez días en Cancún, donde disfrutamos de la playa y de la noche caribeña, buceamos en la Isla Mujeres y visitamos las ruinas mayas de Chichen Itza.
Después de un mes después volvimos a Buenos Aires. Cuando salí por la puerta con mi gorrito del Chapulín Colorado puesto, totalmente bronceado y muerto de frío, pude ver a mi familia esperándome con los brazos abiertos. Mi sueño se había cumplido, debía volver a mi vida de estudiante desocupado.